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Luchar por la identidad para “reivindicar a nuestros mayores”

El Poder Judicial accedió, tras un extenso reclamo, a cambiar el apellido en el DNI de un joven mapuche que reclamó así el reconocimiento a sus ancestros. La historia detrás de la noticia.

10/11/2019
Adrián Moyano

Gustavo Cayun Pichunlef

“Choko” es el mismo de siempre pero desde hace unas semanas, se llama distinto. Sigue con sus clases en la Universidad del Comahue y al igual que en veranos anteriores, se prepara para afrontar la temporada como guía de kayaks, pero su identidad cambió. Después de mucho -demasiado- trajín, el Poder Judicial accedió a sus demandas y desde entonces, donde los formularios piden “apellido” escribe Cayun Pichunlef. Luchó para formalizar su anhelo, no sólo con miras a explicitar su pertenencia al pueblo mapuche, sino también para saldar cierta deuda con sus auténticos mayores.

“Me criaron mis abuelos maternos”, relata Gustavo al ensayar un porqué. “Toda mi vida viví ligado a las familias Cayun y sobre todo Pichunlef, porque me crié con mis primos, que tienen ese apellido. En mi trayectoria de vida o en mi biografía, mi familia vivida -como dicen en términos jurídicos- no tenía nada que ver con el apellido que llevaba. Hubo situaciones que me marcaron y siempre me llevaron a pensar la historia de los apellidos y la vida de mis abuelos. Ellos vienen de la zona de La Fragua y Clemente Onelli: mi abuelo de Cerro Bandera y mi abuela de La Fragua”, hilvanó.

El abuelo Mariano

En un punto, su historia no es tan particular y puede asemejarse a la de centenares de pibes mapuches que tuvieron que crecer en los barrios barilochenses. “Cuando íbamos a la escuela primaria, el apellido de mis primos era objeto de burla constante, ligado a una falta de intervención docente. Era usado como una burla haciendo alusión al falo o pene y esa situación, sobre todo en el caso de dos de mis primos, siempre los ligó a episodios de violencia porque cuando uno es chico, a nadie le gusta que le molesten”, concedió. “Pichula esto, Pichula lo otro y cuando fui más grande, pensé: qué loco que ninguna maestra explicara que ese apellido tiene un significado (Pluma veloz) y que es lindo”.

“Esa situación me marcó”, resaltó el protagonista del cambio, antropólogo y activista. “Nosotros nos criamos en el límite entre el barrio Nueva Esperanza y el Lera. Mi abuela siempre participó de la Cooperativa Zuem Mapuche y entonces, siempre nos decían: ah, ahí vienen los mapu… Éramos ocho en total y en especial a mi primo más grande, siempre lo cargaban. Me llamaba la atención, tenía que ver con que mi abuela hacía tejidos y que él bailaba folklore en una escuela que se llamaba Inchiñ iñ Mapu. Esa lógica operaba en el barrio”, historió Gustavo, que seguramente en esa infancia también se ganó su apodo, de tan moreno.

 

¿Crisol de razas o lógica colonial?

 

La anécdota que sigue hace a una realidad más generalizada. “Se daba frecuentemente la dificultad de pronunciar los apellidos. Yo notaba una tendencia típica en actividades de quinto o cuarto grado, cuando todavía estaba la idea del crisol de razas y entonces, buscaban apellidos ligados a la migración europea, con fuerte énfasis docente en pronunciar de manera correcta los apellidos de origen europeo. Eso me marcó, de chico me daba cuenta de esas situaciones y me parece fundamental que reivindiquemos el tema de nuestros apellidos, porque con ese acto estamos reivindicando la historia de nuestros mayores”, fundamentó.

Cerro Bandera

Que ahora figure Cayun Pichunlef en su DNI, tiene que ver con una reparación. “Mi abuela hizo hasta cuarto grado en la escuela nocturna y mi abuelo, por suerte nunca fue a la escuela pero tuvo la desgracia de ir al Servicio Militar, entonces fortalecerlos a ellos en su identidad también es relevante. Mi abuelo es una persona bastante dura y cuando le conté que estaba en esto, prácticamente se quebró y lloró, pero de alegría. Estaba muy emocionado de que yo quisiera llevar su apellido”, dice “Choko”, que ahora mismo está muy cerca de la emoción.

Entonces, “fortalecerlos a ellos me parece fundamental, en el marco de una lucha que lleva años y estuvo muy atravesada por la vergüenza. Cuando se vino mi abuelo para Bariloche, le decían: ahí viene el indio… En el Servicio Militar, sus mismos compañeros le decían indio de mierda y le sacaban el pan que escondía debajo del catre. Siempre vivió abusos de ese tipo, con alusión a su condición de indio, entonces a todas esas historias que atravesaron la vida de mucha gente mapuche que vive en el Nahuel Huapi, es necesario comenzar a darles otro significado y contar otras historias”, exhorta.

Aunque no daban nombres y confundían el concepto de comunidad con el de pueblo, un par de semanas atrás el logro del “Choko” se hizo público a través de publicaciones en la prensa regional y local. Su primera reacción fue la sorpresa, porque nadie se había tomado el trabajo de consultar al principal involucrado. “Fueron sensaciones encontradas porque a mí me costó muchísimo poder acceder a la Justicia. Tengo una formación académica que me permite saber no sólo cuáles son mis derechos sino también cómo hacerlos valer, pero me fueron cerrando muchas puertas a medida que intentaba abrirlas. Si bien entendí que era una gacetilla de prensa del propio Poder Judicial, me llamó la atención el contexto, porque si algo se destaca en el Poder Judicial es el atropello hacia los pueblos indígenas”, sentenció.

 

¿Y el derecho indígena?

 

Aquella información “parece una lavada de cara de un sistema que en todo momento me quiso evitar. A mí, un organismo del Estado donde percibo una beca me flexibiliza laboralmente, entonces lo hice (al juicio) a través de Defensoría Pública. En todo momento me quisieron sacar del juego, me plantearon: nosotros no estamos acostumbrados a trabajar con gente así... ¿Cómo con gente así? Fue un tire y afloje, estuvieron constantemente pidiéndome papeles y la causa no avanzaba. De hecho, yo propuse peritajes antropológico y psicológico, ellos no facilitaron ese tipo de herramientas. (En la gacetilla) hubo un enaltecimiento de la labor del Poder Judicial y en este caso, de una Defensoría Oficial, que en realidad hizo lo que tenía que hacer pero cuando uno metía presión. El acceso a la Justicia es poco viable para la gente y en el caso puntual del derecho indígena vi un desconocimiento total de, prácticamente, todos los funcionarios”, cuestionó.

Los tres

En el az mapu -digamos, cosmovisión mapuche- la noción de küpalme o linaje es central. “Los Cayun (Kayu: seis; Nawel: tigre), así como otros parientes que tenemos, han transitado de lado a lado en la cordillera. Si uno analiza el mapa, puede encontrar Cayun en las nacientes del Puelo; del otro lado de la cordillera; en el norte de San Martín (de los Andes); en la estepa de lo que hoy es Patagonia… Tienen un recorrido y un conocimiento de este territorio que es poco frecuente, el papá de mi abuela estuvo ligado al comercio a través de carros de buey y sus hermanos se fueron asentando en distintos puntos del Wallmapu, sobre toda en la región cercana a la gente pewenche y al sur, porque también hay Cayun que son williche”.

Por la otra vía, “los Pichunlef tienen una historia que está ligada a muchas familias mapuches, por ejemplo, los Ayllapan. Curiosamente, hace un tiempo he podido asistir al kamarikun que hace la gente de Zaina Yegua, donde también está el tuwün (origen territorial) de los Ayllapan. Del lado de mi abuelo, veo que su proceso de auto-reconocimiento me ha brindado mucho, porque cuenta de espacios ceremoniales que tenían en su ruka, con su abuela Carmen Ayllapan y un montón de situaciones de la vida cotidiana, porque él se crió en una vida mapuche, interpelada primero por el Ejército y después, por ser mano de obra barata en la ciudad”.

La civilización y el progreso “realmente existentes” que prometieron Nicolás Avellaneda, Julio Roca y su legión actual de adláteres. “Su trayectoria laboral estuvo ligada a lavar autos, ser ayudante de cocina y hacer café en una empresa muy reconocida. Me acuerdo que eso también me marcó de chico porque, ¿viste cuando suelen interpelar en la escuela a la niñez con los padres?: ¿qué hace tu mamá, qué hace tu mamá? Yo no tengo papá, decía yo. Tengo a mi abuelo que trabaja en INVAP… y las docentes decían: ‘¡ah! Es científico’, no, hace café y barre, decía yo. Nunca me dio vergüenza. Lo mismo con mi abuela. De pequeño, limpiábamos oficinas en varias inmobiliarias. Así nos criamos. A veces, hoy me siento en un escritorio en la calle Mitre -nombre nefasto- y pienso que cuando era chiquito también me sentaba ahí, pero con una franela y limpiaba, mientras acompañábamos a mi abuela”, recuerda Gustavo Cayun Pichunlef, una soleada mañana, en noviembre de 2019. Es el mismo “Choko” que debutó en la Primera de Güemes todavía adolescente y que está a punto de doctorarse en Antropología. Acaba de sentar jurisprudencia. Es el mismo de siempre, con “otro significado” y “otras historias” que contar.